En El Retiro, antiguo jardín del palacio del mismo nombre, es tan fácil perderse entre las arboledas como hacerlo mientras se busca el monumento dedicado a nuestro intelectual, artista, héroe, dios, diablo o idea favorita –porque de todo hay en esta miscelánea escrita entre las hojas con el molde o el cincel–. No todas las estatuas que pueblan el parque tienen el mismo valor, pero muchas de las que aquí incluyo no desentonarían en los vecinos museos del Prado o el Reina Sofía. Nuestra itinerario comienza en la Puerta de Madrid, que da la de la calle de O’Donnell, y, siguiendo las agujas del reloj, baja hacia al sur por el Paseo de Coches (Paseo de Fernán Núñez) y hasta la Fuente del Ángel Caído, y desde ahí sube otra vez hacia el norte para pasar por el Parterre y el Estanque Grande. Por Ignacio Vleming.
Nada más entrar, en la acera de la derecha se levantan cuatro columnas dedicadas al Maestro Chapí, compositor de zarzuelas como La revoltosa o El tambor de granaderos. Aunque la escultura de hoy es una réplica de la original de 1921, obra de Julio Antonio, se pueden apreciar algunos rasgos propios del estilo fin de siglo, como es la combinación de varios materiales –en este caso granito y bronce– y de las superficies rugosas o semirugosas para dar paso a otras pulidas, lo que provoca un efecto similar al de incluir zonas enfocadas y desenfocadas dentro del mismo encuadre fotográfico. A la alegoría de la música no le falta detalle: coronada por una peineta española –tan española como el género que hizo inmortal al músico– en sus manos sostiene una pequeña Victoria de Samotracia, emblema del clasicismo.
Poco después, si miramos entre el follaje hacia la derecha, encontraremos un rotundo monumento en piedra dedicado a la República de Cuba. Aunque fue inaugurado en 1952, muchos de sus elementos se habían esculpido veinte años antes y se trata de una síntesis de la escultura española de la primera mitad del siglo XX.
La figura femenina que corona el podio representa a la isla y es obra de Miguel Blay, artista catalán que introdujo en Madrid el gusto modernista por las líneas suaves y sinuosas. Mientras, a sus pies, completan el conjunto la efigie sedente de Cristóbal Colón, obra del gallego Francisco Asorey, con un estilo mucho más sobrio y de expresividad contenida –heredero de la tradición castellana–, y la reina Isabel la Católica, del andaluz Juan Cristóbal González, que muestra su interés por el Quattrocento italiano, tan propio del art déco de los años 30. Los elementos en bronce, la proa y la popa de un barco que permanecen anclados al pedestal, y los animales, delfines, iguanas y tortugas, son obra del valenciano Mariano Benlliure, el último gran maestro de la escultura realista, como vamos a descubrir pocos metros más adelante, en nuestra próxima parada.
Seguimos caminando por el Paseo de Coches hasta la escalera que da paso a la plaza presidida por la escultura ecuestre del General Martínez Campos, una de los monumentos más espectaculares del Parque de El Retiro. Lejos del idealismo de los modelos clásicos que ensalzan a políticos y militares, aquí el que fuera artífice de la restauración borbónica aparece retratado con la épica del esfuerzo y el cansancio, a lomos de un caballo que, a diferencia de los que montan caudillos y emperadores, agacha su cabeza en señal de agotamiento. Esta obra se considera una de las mejores de Mariano Benlliure y refleja plenamente el estilo realista al que antes nos referíamos antes. Tenemos por un instante la sensación de contemplarla entre el polvo de las batallas –estuvo en las Carlistas, en la de Cuba y en la de África– y bajo la luz del ocaso, aunque sea el medio día.
Si seguimos hacia el sur, justo al lado de la terraza que hay en el cruce del Paseo de Coches con el de Venezuela –el que se dirige hacia el estanque y la Fuente de la Alcachofa–, nos topamos con el monumento dedicado al Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. El escultor palentino Victorio Macho resultó ganador en 1922 del concurso convocado por la Academia de Medicina para homenajear al científico en el setenta aniversario de su nacimiento. Durante algunos años estuvo instalado en el Parque del Oeste, pero debido a las malas condiciones del terreno se decidió reubicarlo en El Retiro.
El médico español, padre de la neurociencia, aparece recostado como si se tratara un filósofo griego que asiste pensativo a un ágape, al que tal vez, imaginamos, estuviesen invitados otros grandes intelectuales de la Edad de Plata española, como los también premiados con el Nobel José Echegaray, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Severo Ochoa o Jacinto Benavente. Este último cuenta con su propia monumento de Victorio Macho en el parque de El Retiro, y del que hablaremos más adelante.
Las dos esculturas más antiguas del parque de El Retiro datan de 1650 y se encuentran al principio y al final del tramo recto del Paseo de Coches, que durante más de cien años fue una ría por la que navegaban las embarcaciones de recreo del rey. No obstante estas obras de autor desconocido no formaban parte del jardín del palacio y provienen del antiguo Alcázar, también desaparecido.
Ambas hacen referencia a los Trabajos de Hércules, héroe al que los Austrias colocaban en el origen de su linaje. El León de Nemea se sitúa en las proximidades de la Biblioteca Eugenio Trías, no muy lejos de otra escultura de león que servían para indicar el lugar de la Casa de fieras en el siglo XIX. Y la Hidra de Lerna está en la isla central del paseo, poco antes de llegar a la Rosaleda. Matar al león y a la hidra son las primeras de las doce pruebas a las que se sometió Hércules como penitencia por haberles quitado la vida, en un arrebato de locura, a su propia mujer, a sus hijos y a dos de sus sobrinos.
Al igual que el monumento a Ramón y Cajal, el de Benito Pérez Galdós también es obra de Victorio Macho. Se sitúa detrás de una terraza en el Paseo de Uruguay, enfrente de la Rosaleda. A diferencia del científico, tumbado y vestido con túnica igual que los antiguos, el escritor aparece sentado en su butaca y con las piernas cubiertas por una manta, tal y como aparece en algunas fotografías de la época, cuando era ya un anciano. El autor de Fortunata y Jacinta asistió poco antes de morir a la inauguración de esta escultura que fue sufragada por suscripción popular. De estilo naturalista –parece que en cualquier momento puede ponerse a hablar–, es una de las obras de arte público más valiosas de Madrid.
Mucho más conocida que la de Galdós es la de El ángel caído, obra del madrileño Ricardo Bellver que algunas guías de viajes consideran cómo el único monumento dedicado al diablo que hay en el mundo –muchas además añaden que se eleva exactamente a 666 metros del nivel del mar–.
Con esta escultura, que muestra a Lucifer en el momento de su expulsión al Infierno, el artista obtuvo la medalla de la Exposición Nacional de 1878. La había hecho durante su estancia en la Academia española de Roma, probablemente inspirado en el grupo helenístico de Laoconte de los Museos Vaticanos. Ese mismo año se mostró a la Exposición Universal de París y en 1879 el Museo Nacional (hoy Museo del Prado) se la regaló al Ayuntamiento de Madrid, que decidió instalarla sobre un pedestal en el lugar donde había estado la desaparecida antigua Fábrica de Porcelanas de la China.
Si nos adentramos en el conocido como Campo Grande –las inmediaciones del Palacio de Cristal que hoy ocupan el centro de El Retiro– encontraremos dos esculturas de autores con firmas de alto vuelto. Muy modesto es el busto que Ignacio Pinazo, hijo del pintor valenciano del mismo nombre, hizo del ingeniero de montes Ricardo Codorniú, llamado el “Apostol del árbol” por su incansable defensa de la reforestación. Y también son muy discretos, hasta el punto de pasar inadvertidos en muchas ocasiones, los dados de hormigón que el vasco Agustín Ibarrola colocó al otro lado del estanque pequeño. Se trata de una de los pocos ejemplos de arte contemporáneo que hay en el parque.
Continuamos nuestro paseo según el sentido de las agujas del reloj volviendo hacia el norte, pero esta vez pegados al lado contrario del Retiro, el que está más próximo al centro histórico de la ciudad y a la calle de Alfonso XII. Nuestra siguiente parada son los jardines del Parterre, los únicos que conservan el trazado original del siglo XVII. Es en el eje de esta amplia explanada donde se yergue la tercera de las esculturas de Victorio Macho que vamos a ve hoy: el monumento al dramaturgo Jacinto Benavente. Una obra que el artista hizo en la última etapa de su carrera pero a partir de un proyecto de 1935. No por casualidad se eligió esta ubicación, ya que la estatua, una suerte de alegoría de la comedia, desplazó literalmente al busto del doctor Benavente, conocido pediatra y padre del autor de Los intereses creados. Hoy, la cabeza del médico se sitúa en uno de los muros perimetrales. Pocas veces se ha refleja de manera tan plástica que la fama de un hijo supero a la de su progenitor.
Más adelante, atraviesa el parque de El Retiro en sentido este a oeste el Paseo de las estatuas, llamado así por las esculturas de reyes que lo flanquean. Al igual que las de la Plaza de Oriente, estas figuras fueron realizadas para decorar la cornisa del Palacio Real, pero debido a que la reina Isabel de Farnesio soñó que se venían abajo y mataban a los viandantes, se retiraron de su emplazamiento original para colocarse más tarde en distintos espacios públicos. Por esto son obras concebidas para contemplarse a cierta distancia, algo cabezudas y con acabados bastos.
Y a través del Paseo de las estatuas llegamos al Estanque Grande de El Retiro. En su orilla se levanta el mayor conjunto escultórico de la ciudad. Proyectado por el arquitecto José Grases Riera, en el Monumento a Alfonso de XII participaron de 24 artistas, entre los que hay firmas, tan conocidos ya para nosotros, como las de Miguel Blay y Ricardo Bellver. Por último el esbelto pedestal –que también funciones de mirador– está coronado por la figura ecuestre del rey, obra de Mariano Benlliure. En el vano de acceso de la columnata, sorprende por su gigantesca escala la alegoría de la Marina, realizada por el cordobés Mateo Inurria, que gracias a Ignacio Zuloaga había conocido a Rodin a su paso por España en 1905.
Nos quedan por mencionar muchas otras esculturas de El Retiro. Entre las más entrañables está la de Mingote, muy cerca de la parada de metro que él mismo decoró. Con esta obra de Alicia Huertas el Ayuntamiento quiso homenajear al dibujante en 2014. Y próxima a la Casa de vacas está el monumento de Lorenzo Coullaut Valera a los Hermanos Álvarez Quintero, maestros del sainete a los que se les dedica el que probablemente sea el conjunto más kitsch de todo el parque y de toda la ciudad: muestra una escena de cortejo al más puro estilo cañí. Del mismo autor encontramos en las proximidades un retrato de grupo en piedra dedicado a Ramón de Campoamor, en el que una joven se acerca al poeta con uno de sus libros en la mano. Desde aquí volvemos a estar muy cerca de la Puerta de Madrid, punto de partida de esta ruta. Volveremos a perdernos en el bosque de esculturas de El Retiro.
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