Con más de 2800 horas de luz al año nuestra ciudad es una de las capitales más soleadas de Europa. En estas dos tiendas, una clásica y otra moderna, encontrarás tu complemento estival perfecto. Por Silvia Roba
Los hay sin tela, con encaje, lisos, pintados a mano con flores… Casa de Diego lleva 197 años abanicando a los madrileños, primero desde su sede de la calle del Carmen y, desde 1858, también desde el Kilómetro Cero de nuestra ciudad, la Puerta del Sol. Es el comercio más antiguo de los que podemos visitar en esta concurrida y céntrica plaza. Por tener tiene más años que el famoso reloj de la Casa de Correos, inaugurado en 1866 por la reina Isabel II.
Son seis las generaciones que han estado al frente, año tras año, tras el mostrador de Casa de Diego, cuyo eslogan, Mañana lloverá, poco tiene que ver con el complemento más buscado del verano. A finales del siglo XIX no resultaban extrañas este tipo de tiendas, que en invierno y otoño vendían paraguas, para protegerse de la lluvia, y el resto del año abanicos para hacer más llevaderas las altas temperaturas. Así sigue siendo en la actualidad, aunque entre sus estantes podemos encontrar, además, bastones, mantones, peinetas, castañuelas y sombrillas, perfectas también para la época estival, al menos en otros tiempos.
El catálogo de este centenario comercio ofrece 8.000 referencias de abanicos diferentes, todos y cada uno realizados de forma artesanal. Algunos son muy antiguos y están montados en distintas variedades de nácar, hueso o maderas nobles. Los que no llevan tela son perfectos para quienes disfrutan de las amplias posibilidades de decoración, texturas y colores que proporcionan materiales como el ébano, el palo santo, el palo rosa o la concha.
Que nos reporten más o menos fresquito dependerá de la flexibilidad y de la cantidad y calidad de la tela empleada en su fabricación. En Casa de Diego podemos encontrar desde miniaturas hasta modelos gigantes, pensados para adornar la pared. ¿Y para los hombres? Para ellos también hay abanicos, pero más pequeños para que resulte más fácil guardarlos en un bolsillo. En la calle Mesonero Romanos, en el número 4, tienen sucursal, o mejor dicho, un museo que comparte espacio con el taller.
Abrir y cerrar un abanico es un gesto de absoluta sensualidad. Así lo entiende, al menos, el diseñador francés, de madre española, Olivier Bernoux, que lleva seis años moldeando sueños con ébano, madera de olivo, mongoy natural, palisandro… Largas hojas translúcidas de sedas italianas, voile de algodón español, popelina y guipure francesa son bordadas y manejadas en talleres por maestros artesanos que consiguen crear auténticas joyas, perfectas para realzar cualquier estilismo. Seleccionar a los mejores expertos en joyería, marroquinería, plisados e incluso escultura es clave para el resultado final.
Con plumas o larguísimos flecos, cristales o piedras preciosas, detalles en plata y oro, dibujos de calaveras, sugerentes mensajes (I’m hot) o, por qué no, cuernos, los abanicos de Olivier se han convertido en codiciados objetos de deseo con los que han posado ya modelos internacionales como Irina Shayk, grandes divas del momento, como Rosalía, y actrices como Jane Fonda o Rossy de Palma, a quien considera su musa.
Sus diseños se pueden conseguir en diferentes puntos del mundo, desde Nueva York hasta Porto Cervo, en la costa de Cerdeña, pero su maison está aquí, en la ciudad de Madrid, en el siempre exquisito barrio de Las Salesas. En ella podemos contemplar muchísimos abanicos pero también cómo los montan uno a uno, ¡toda una experiencia! Mezclar tradición e innovación, calidad, creatividad y frescura, es la máxima que persigue este verdadero artista, obsesionado con buscar el equilibrio entre feminidad y confort. Todo un reto que demuestra que este invento, cuyos orígenes se pierden hace siglos en Oriente, sigue estando de moda.
Silvia Roba es una periodista muy viajera, que ha recorrido el mundo para poder contárselo a los demás. Es responsable de contenidos de esMADRIDmagazine y coordinadora de Bloggin' Madrid. ¿Lo que más le gusta? Perderse por la ciudad. ¡Síguele la pista!
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